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Apagar la luz. Cerrar las cortinas.
Pedirle que se quite la ropa, quitarse también la suya. La oscuridad física nunca es total, y cuando los
ojos ya están acostumbrados, pueden ver, en el contorno de una pequeña luz que entra no se sabe de
dónde, la silueta de él. La otra vez que se habían visto, sólo ella había dejado parte de su cuerpo
desnudo.
Sacar dos pañuelos, cuidadosamente doblados, lavados y enjuagados varias veces, para que no
quedase ningún rastro de perfume ni de jabón. Acercarse a él y pedirle que le vende los ojos. Él duda por un
momento y comenta algo sobre algunos de los infiernos por los que ya pasó. Ella le dice que no se trata de
eso, que simplemente necesita tener oscuridad total, que ahora es su turno de enseñarle algo, como ayer él
le había enseñado sobre el dolor. Él se entrega, se pone la venda. Ella hace lo mismo; ahora ya no hay
rendija de luz, están en la verdadera oscuridad, uno precisa de la mano del otro para llegar hasta la cama.
«No, no debemos acostarnos. Vamos a sentarnos como siempre hemos hecho, frente a frente, sólo que un
poco más cerca, de modo que mis rodillas toquen tus rodillas.»
Siempre quiso hacer eso. Pero nunca tenía lo que necesitaba: tiempo. Ni con su primer novio, ni con el
hombre que la penetró por primera v Ni con el árabe que pagó mil francos, tal vez esperando más de lo
ez.
que ella fue capaz de dar; aunque mil francos no fueran suficientes para comprar lo que ella deseaba. Ni con
los muchos hombres que habían pasado por su cuerpo, que habían entrado y salido de sus piernas, a veces
pensando sólo en ellos, a veces pensando también en ella, a veces con sueños románticos, a veces sólo
con el instinto de repetir algo porque le habían dicho que era así como se comportaba un hombre, y si no se
comportaba así, no era hombre.
Se acuerda de su diario. Está harta, quiere que las semanas que faltan pasen rápidamente y por eso se
entrega a ese hombre, porque allí está la luz de su propio amor escondido. El pecado original no fue la
manzana que Eva comió, fue creer q Adán tenía que compartir exactamente lo que ella había probado.
ue
Eva tenía miedo de seguir su camino sin la ayuda de alguien, y entonces quiso compartir lo que sentía.
Ciertas cosas no se comparten. Tampoco se puede tener miedo de los océanos en los que nos
sumergimos por nuestra libre voluntad; el miedo obstaculiza el juego de todo el mundo. El hombre está
pasando por infiernos para entenderlo. Amémonos los unos a los otros, pero no intentemos poseernos los
unos a los otros.
«Amo a este hombre que está frente a mí porque no lo poseo, y él no me posee. Somos libres en nuestra
entrega, tengo que repetir eso decenas, centenas, millones de veces, hasta creerme mis propias palabras. »
Piensa un poco en la mentalidad de las demás prostitutas que trabajan con ella. Piensa en su madre, en
sus amigas. Todas creen que el hombre desea simplemente once minutos al día, y que pagan un dineral por
eso. No, no es así; el hombre también es una mujer; quiere encontrar a alguien, descubrir un sentido para su
vida.
¿Es que su madre se comporta como ella y finge tener un orgasmo con su padre? c0 es que, en el interior
de Brasil, todavía está prohibido mostrar que una mujer siente placer con el sexo? Sabe tan poco de la vida,
del amor, pero ahora, con los ojos vendados y todo el tiempo del mundo, va descubriendo el origen de todo,
y todo comienza donde y como a ella le habría gustado que hubiese comenzado.
El contacto físico. Olvida a las prostitutas, a los clientes, a su padre, a su madre, ahora está en la
oscuridad total. Ha pasado toda la tarde buscando lo que podría darle a un hombre que le devolvía la
dignidad, que la hacía entender que la búsqueda de la alegría es más importante que la necesidad del dolor.
«Me gustaría darle la felicidad de enseñarme algo nuevo, como ayer me enseñó sobre el sufrimiento, las
prostitutas de la calle, las prostitutas sagradas. Vi que es feliz cuando me hace aprender algo, entonces, que
me haga aprender, que me guíe. Me gustaría saber cómo se llega hasta el cuerpo, antes de llegar al alma, a
la penetración, al orgasmo.»
Extiende el brazo y le pide que él haga lo mismo. Susurra unas pocas palabras, diciéndole que
aquella noche, en aquel lugar de nadie, le gustaría que descubriese su piel, el límite entre ella y el
mundo. Le pide que la toque, que la sienta con sus manos, porque los cuerpos se entienden, aunque las
almas no siempre estén de acuerdo. Él empieza a tocarla, ella también lo toca, y ambos, como si ya lo
hubiesen planeado todo antes, evitan las partes del cuerpo en que la energía sexual aflora más
rápidamente.
Los dedos tocan su rostro, ella siente un ligero olor a pintura, un olor que siempre permanecerá allí,
por más que él se lave las manos miles, millones de veces, que estaba allí cuando nació, cuando vio el
primer árbol, la primera casa, y decidió dibujarla en sus sueños. También él debe de estar notando
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algún olor en su mano, pero ella no sabe qué es, y no quiere preguntar, porque en ese momento todo es
cuerpo, el resto es silencio.
Acaricia, y se siente acariciada. Puede quedarse así toda la noche, porque es agradable, no va a
acabar necesariamente en sexo, y en ese momento, justamente porque no tiene la obligación, ella
siente un calor entre las piernas y sabe que está húmeda. Llegará el momento en el que él toque su
sexo, y descubrirá que ella lo desea, no sabe si es bueno o malo, pero es así como está reaccionando
su cuerpo, y no intenta dirigirlo para ir por aquí, por allí, más despacio, más de prisa. Las manos de él
ahora tocan sus axilas, los pelos de sus brazos se erizan, ella tiene ganas de apartarlas de allí, pero
está bien, aunque tal vez sea dolor lo que esté sintiendo. Le hace lo mismo a él, nota que las axilas
tienen una textura diferente, tal vez por el desodorante que ambos usan, ¿pero en qué estaba
pensando? No debes pensar. Debes tocar, eso es todo.
Los dedos de él trazan círculos en torno a su seno, como un animal que acecha. Ella quiere que se
muevan más de prisa, que toque ya los pezones, porque su pensamiento estaba yendo más
rápidamente que las manos de él, pero, tal vez sabiendo eso, él
provoca, se deleita, y tarda una eternidad en llegar hasta allí. Están duros, él juega un poco, eso
estremece su cuerpo aún más, dejando su sexo más caliente y más húmedo. Ahora él pasea por su
vientre, se desvía y va hasta las piernas, los pies, sube y baja las manos por el lado interno de sus
muslos, siente el calor, pero no se acerca, es una caricia dulce, delicada, y cuanto más delicada, más
alucinante.
Ella hace lo mismo, con las manos casi en el aire, tocando sólo el pelo de las piernas, y también
siente el calor, cuando se acerca al sexo. De repente es como si hubiese recuperado misteriosamente la
virginidad, como si descubriese por primera vez el cuerpo de un hombre. Lo toca. No está duro como
imaginaba, pero ella está toda mojada, eso es injusto, aunque tal vez él necesite más tiempo, quién
sabe.
Y empieza a acariciarlo como sólo las vírgenes saben hacer, porque las prostitutas ya lo han olvidado.
Él reacciona, el sexo comienza a crecer en sus manos, y ella aumenta lentamente la presión, ahora
sabiendo dónde debe tocar, más en la parte de abajo que en la de arriba, debe envolverlo con los [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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