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agudeza de un psicólogo, todo aquello que pudiera despertarle la conciencia, para
ahorrarle futuras penas anímicas.
Le puso como maestro a un excelente sabio que defendía la opinión de que los
animales no sienten y que sus manifestaciones de dolor no son más que un reflejo
mecánico.
Sacar de cada criatura toda la alegría y el placer posible para uno mismo y arrojar
después la cascara como algo inservible: ése era poco más o menos al ABC de su
sistema de educación.
Puede imaginarse, señor Pernath, que el dinero, como estandarte y llave del «poder»,
juega un papel de protagonista. Y del mismo modo que oculta cuidadosamente su propia
riqueza, para mantener ocultos los límites de su influencia, así se inventó un medio para
hacer posible algo semejante para su hijo, pero ahorrándole al mismo tiempo el
sufrimiento de una vida aparentemente pobre: lo empapó con la mentira infernal de la
«belleza», le mostró los gestos y el porte internos y externos de la estética, y le enseñó a
imitar exteriormente a un lirio del campo y ser en el interior un buitre.
Naturalmente, eso de la «belleza» no fue invención suya, sino seguramente la
«corrección» de un consejo que le diera alguna persona culta.
Nunca lo ofendió en lo que más tarde su hijo pudiera negarle. Al contrario, se lo obligó
a hacer, pues su amor era lógico y, tal y como ya le he dicho de mi padre, del tipo que nos
alcanza más allá de la tumba.
Miriam permaneció un momento en silencio y pude leer en su rostro cómo seguía
tejiendo sus pensamientos. Lo noté en el cambio de tono de su voz cuando dijo:
Frutos extraños crecen en el árbol del judaismo.
Dígame, Miriam le pregunté , ¿no ha oído nunca que Wassertrum tiene en su
tienda una figura de cera? Yo no sé quién me lo contó, quizás haya sido sólo un sueño...
No, no, es cierto, señor Pernath, hay una figura de cera del tamaño de una persona,
en la esquina en la que duerme, sobre un jergón de paja, en medio del más absoluto
desorden. Se la regateó al propietario de una barraca de feria y, al parecer, sólo porque
se parecía a una dama cristiana que, por lo que dicen, debió ser su amante.
«¡La madre de Charousek!», se me ocurrió.
Miriam, ¿no sabe usted su nombre? Miriam negó con la cabeza:
Pero si le interesa, puedo enterarme.
¡No, por Dios, Miriam!, me da completamente igual me di cuenta por el brillo de sus
ojos de que hablando se había puesto muy vivaz y había salido de su depresión, y me
propuse no dejarla volver a recaer en ella . Pero lo que sí me interesa es el tema del que
antes he hablado de pasada, eso del «viento tibio primaveral». Estoy seguro de que su
padre no le impondría con quién debe casarse, ¿no?
Se echó a reír alegramente.
¿Mi padre? ¡Qué dice usted!
Bueno, eso es una gran alegría para mí.
¿Por qué? preguntó ella ingenuamente.
Porque entonces todavía tengo una posibilidad.
Era sólo una broma y ella lo tomó como lo que era. Sin embargo, se levantó de un salto
y fue hasta la ventana para que no pudiera ver cómo se ruborizaba.
Cambié de tono para ayudarla a salir de su apuro.
Como viejo amigo, le pido una cosa: usted tiene que confiármelo cuando llegue el
momento. ¿O es que piensa quedarse soltera?
¡No, no, no! lo negó tan decidida que involuntariamente me eché a reír . ¡Alguna
vez me tendré que casar!
¡Naturalmente! ¡Por supuesto! Se puso nerviosa como una jovencita.
¿No puede estar serio durante un minuto por lo menos, señor Pernath? obediente,
puse cara de maestro y ella se volvió a sentar . Bueno, cuando digo que alguna vez me
tendré que casar me refiero a que hasta ahora no me he roto la cabeza pensando en ello,
pero que, con seguridad, no entendería el sentido de la vida si tuviera que aceptar como
mujer venir al mundo para no tener hijos.
Por primera vez vi marcados rasgos de mujer en su rostro.
Es uno de mis sueños continuó en voz baja imaginarme como meta final que dos
seres se fundan en uno... en eso que... ¿no ha oído nunca hablar del antiguo culto egipcio
a Osiris? Se conviertan unidos en eso que el «hermafrodita» debe significar como
símbolo.
Escuché con gran atención:
¿El hermafrodita?...
Me refiero a la unión mágica de lo masculino y lo femenino en la figura humana del
semidiós. Eso, ¡como meta final! No, no como meta, sino como principio de un nuevo
camino, eterno... sin fin.
¿Y espera encontrar alguna vez pregunté agitado al que usted busca? ¿No
puede ser que viva en un país lejano, que quizá no exista en el mundo?
De eso no sé nada dijo sencillamente . Sólo puedo esperar. Si él estuviera
separado de mí por el tiempo y el espacio, cosa que no creo, ¿por qué estaría yo aquí
ligada al ghetto? O por los abismos del desconocimiento mutuo, y no lo encontrara,
entonces mi vida no ha tenido en absoluto ningún sentido y ha sido sólo el absurdo juego
de un demonio idiotizado. Pero, ¡por favor, por favor, no hablemos más de eso! me
rogó . Sólo expresar ese pensamiento deja un sabor terrible y terreno, y yo no quisiera
que... se interrumpió de repente.
¿Qué es lo que no quisiera, Miriam?
Levantó la mano. Se incorporó rápidamente y dijo:
Señor Pernath, ¡tiene usted una visita! Se oía el suave fru-fru de unas faldas de seda
en el pasillo.
Golpes horribles en la puerta: ¡Angelina! Miriam quiso marcharse; yo la retuve.
¿Puedo presentarlas? La hija de un querido amigo... la señora Condesa...
Ni siquiera se puede ir en coche. Están levantando por todas partes el empedrado.
¿Cuándo se trasladará, señor Pernath, a una zona digna de una persona como usted?
Afuera se derrite la nieve, el cielo está tan gozoso que a uno le estallaba el corazón y
usted está aquí, encogido en esta cueva de estalactitas, como una rana; por cierto, ¿sabe
que ayer estuve en mi joyero y me dijo que usted es el mayor artista, el más fino tallador [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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agudeza de un psicólogo, todo aquello que pudiera despertarle la conciencia, para
ahorrarle futuras penas anímicas.
Le puso como maestro a un excelente sabio que defendía la opinión de que los
animales no sienten y que sus manifestaciones de dolor no son más que un reflejo
mecánico.
Sacar de cada criatura toda la alegría y el placer posible para uno mismo y arrojar
después la cascara como algo inservible: ése era poco más o menos al ABC de su
sistema de educación.
Puede imaginarse, señor Pernath, que el dinero, como estandarte y llave del «poder»,
juega un papel de protagonista. Y del mismo modo que oculta cuidadosamente su propia
riqueza, para mantener ocultos los límites de su influencia, así se inventó un medio para
hacer posible algo semejante para su hijo, pero ahorrándole al mismo tiempo el
sufrimiento de una vida aparentemente pobre: lo empapó con la mentira infernal de la
«belleza», le mostró los gestos y el porte internos y externos de la estética, y le enseñó a
imitar exteriormente a un lirio del campo y ser en el interior un buitre.
Naturalmente, eso de la «belleza» no fue invención suya, sino seguramente la
«corrección» de un consejo que le diera alguna persona culta.
Nunca lo ofendió en lo que más tarde su hijo pudiera negarle. Al contrario, se lo obligó
a hacer, pues su amor era lógico y, tal y como ya le he dicho de mi padre, del tipo que nos
alcanza más allá de la tumba.
Miriam permaneció un momento en silencio y pude leer en su rostro cómo seguía
tejiendo sus pensamientos. Lo noté en el cambio de tono de su voz cuando dijo:
Frutos extraños crecen en el árbol del judaismo.
Dígame, Miriam le pregunté , ¿no ha oído nunca que Wassertrum tiene en su
tienda una figura de cera? Yo no sé quién me lo contó, quizás haya sido sólo un sueño...
No, no, es cierto, señor Pernath, hay una figura de cera del tamaño de una persona,
en la esquina en la que duerme, sobre un jergón de paja, en medio del más absoluto
desorden. Se la regateó al propietario de una barraca de feria y, al parecer, sólo porque
se parecía a una dama cristiana que, por lo que dicen, debió ser su amante.
«¡La madre de Charousek!», se me ocurrió.
Miriam, ¿no sabe usted su nombre? Miriam negó con la cabeza:
Pero si le interesa, puedo enterarme.
¡No, por Dios, Miriam!, me da completamente igual me di cuenta por el brillo de sus
ojos de que hablando se había puesto muy vivaz y había salido de su depresión, y me
propuse no dejarla volver a recaer en ella . Pero lo que sí me interesa es el tema del que
antes he hablado de pasada, eso del «viento tibio primaveral». Estoy seguro de que su
padre no le impondría con quién debe casarse, ¿no?
Se echó a reír alegramente.
¿Mi padre? ¡Qué dice usted!
Bueno, eso es una gran alegría para mí.
¿Por qué? preguntó ella ingenuamente.
Porque entonces todavía tengo una posibilidad.
Era sólo una broma y ella lo tomó como lo que era. Sin embargo, se levantó de un salto
y fue hasta la ventana para que no pudiera ver cómo se ruborizaba.
Cambié de tono para ayudarla a salir de su apuro.
Como viejo amigo, le pido una cosa: usted tiene que confiármelo cuando llegue el
momento. ¿O es que piensa quedarse soltera?
¡No, no, no! lo negó tan decidida que involuntariamente me eché a reír . ¡Alguna
vez me tendré que casar!
¡Naturalmente! ¡Por supuesto! Se puso nerviosa como una jovencita.
¿No puede estar serio durante un minuto por lo menos, señor Pernath? obediente,
puse cara de maestro y ella se volvió a sentar . Bueno, cuando digo que alguna vez me
tendré que casar me refiero a que hasta ahora no me he roto la cabeza pensando en ello,
pero que, con seguridad, no entendería el sentido de la vida si tuviera que aceptar como
mujer venir al mundo para no tener hijos.
Por primera vez vi marcados rasgos de mujer en su rostro.
Es uno de mis sueños continuó en voz baja imaginarme como meta final que dos
seres se fundan en uno... en eso que... ¿no ha oído nunca hablar del antiguo culto egipcio
a Osiris? Se conviertan unidos en eso que el «hermafrodita» debe significar como
símbolo.
Escuché con gran atención:
¿El hermafrodita?...
Me refiero a la unión mágica de lo masculino y lo femenino en la figura humana del
semidiós. Eso, ¡como meta final! No, no como meta, sino como principio de un nuevo
camino, eterno... sin fin.
¿Y espera encontrar alguna vez pregunté agitado al que usted busca? ¿No
puede ser que viva en un país lejano, que quizá no exista en el mundo?
De eso no sé nada dijo sencillamente . Sólo puedo esperar. Si él estuviera
separado de mí por el tiempo y el espacio, cosa que no creo, ¿por qué estaría yo aquí
ligada al ghetto? O por los abismos del desconocimiento mutuo, y no lo encontrara,
entonces mi vida no ha tenido en absoluto ningún sentido y ha sido sólo el absurdo juego
de un demonio idiotizado. Pero, ¡por favor, por favor, no hablemos más de eso! me
rogó . Sólo expresar ese pensamiento deja un sabor terrible y terreno, y yo no quisiera
que... se interrumpió de repente.
¿Qué es lo que no quisiera, Miriam?
Levantó la mano. Se incorporó rápidamente y dijo:
Señor Pernath, ¡tiene usted una visita! Se oía el suave fru-fru de unas faldas de seda
en el pasillo.
Golpes horribles en la puerta: ¡Angelina! Miriam quiso marcharse; yo la retuve.
¿Puedo presentarlas? La hija de un querido amigo... la señora Condesa...
Ni siquiera se puede ir en coche. Están levantando por todas partes el empedrado.
¿Cuándo se trasladará, señor Pernath, a una zona digna de una persona como usted?
Afuera se derrite la nieve, el cielo está tan gozoso que a uno le estallaba el corazón y
usted está aquí, encogido en esta cueva de estalactitas, como una rana; por cierto, ¿sabe
que ayer estuve en mi joyero y me dijo que usted es el mayor artista, el más fino tallador [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]